Brigitte vivía en el bosque. Era la más pura de todas. No conocía más allá de los primeros brotes, las canciones del viento, los cuentos de los árboles, la suavidad de las flores.
Vivía allí con su abuela que conocía y hablaba con todas las hierbas que curan.
Brigitte se levantó con frío aquella mañana mientras el petirrojo daba saltitos en el alféizar de su ventana. Le había venido a buscar. Se vistió deprisa y le siguió. Enseguida se dio cuenta que la estaba llevando hacia el nacimiento de las aguas. Subieron un buen rato montaña arriba. La nieve crujía bajo sus pies, aunque estaba empezando a deshelarse. Llegaban los primeros aires de primavera.
Arriba encontraron la cueva de la cual tanto le habían hablado. Brigitte se asustó un poco. Todavía era una niña. El petirrojo no dudó y entró. Ella le hizo lo mismo. Su corazón puro empezó a sentir una calidez que le sonrojaba las mejillas. Las paredes eran de cristal de cuarzo, y en el centro un hilo de agua brotaba sin cesar. Como el gran misterio de la vida, el manantial emergía de la tierra y nacía para ser río.
Y entonces oyó aquella voz en su espalda, tan delicada y cristalina.
– Brigitte, bienvenida al origen. Bienvenida a la luz. Es tu momento. Te estábamos esperando. Eres un ser de corazón muy puro. Tu cuerpo ya creció, y hoy cruzas el umbral hacia la mujer tan bella que eres.
Y puso sus manos en su útero y se iluminó. Fue como encender un pequeño fuego en su vientre. Tomó vida, se despertó. Y entonces escuchó el latido de su matriz. Cuando levantó su mirada, encontró aquellos ojos que contenían todo el universo y que la bendecían y abrían en su interior la fuerza para iniciar el camino de regreso a casa. Recibió un abrazo de luz que la hizo brillar como una estrella y salió de la cueva.
Allá estaba él. Blanco. Puro. Inmaculado y sobre todo inocente. Su cuerno irisado relucía. Ella supo que ahora era su compañero. Juntos empezaron a caminar. Descendieron sin prisas. Entrecruzando sus miradas. Acariciándose. Guardianes el uno del otro. Estaban unidos para siempre. La sabiduría del unicornio vivía en ella ahora, dentro y fuera de su cuerpo.
Al llegar a su cabaña, él se despidió. Brigitte miró como se adentraba de nuevo en el bosque. Antes de abrir la puerta sintió como algo caía sobre la nieve. Miró entre sus pies y vio una gota de sangre. Ya era doncella. Sintió los copos como coronaban su cabeza.
Cuando entró, su abuela sonreía tanto. Puso en sus manos una flor de edelweiss, le abrazó y le susurró al oído:
-Bienvenida Mujer del agua y del fuego. Bendita seas. Que la pureza guíe siempre tu camino.